Las inalcanzables cumbres de María

Foto por Harold Neal

Cuando María le confesó a Ernesto que aquellos senos que tanto admiraba debían su gran volumen a unos implantes mamarios, éste ni se inmutó. Hasta cierto punto era previsible. Lo que de verdad terminaría trastornando a Ernesto fue la rotunda afirmación que, a continuación, añadió María: «Yo, los pechos, me los agrandé para gustarme a mí misma».

Toda la mañana estuvo Ernesto dándole vueltas, en la oficina, a la afirmación de su compañera de trabajo. Qué sentido tenía entonces el culto que siempre había profesado por aquellos dos montículos intocables y casi sagrados, tan inaccesibles para él, como el Paraíso para un pecador. Desde la elevada perspectiva de aquellas dos cumbres él era menos que nada, una insignificante cagadita de mosca en medio del infinito cosmos.

Ese mismo lunes por la tarde presentó Ernesto su dimisión al jefe. Estaba tan deprimido que no se veía madrugando al día siguiente, ni nunca más, para acudir al trabajo. Al jefe le dio una excusa vaga y absurda: «Tengo que ir a un entierro que no se sabe cuándo terminará; por lo visto el muerto no acaba de morirse».

El martes, a María le extrañó no ver a Ernesto en su puesto de trabajo. Ciertamente echó de menos su conversación a la hora del café, y esa mirada suya prendida de su suéter ajustado como por un hilo invisible, que la seguía por entre las mesas y el pasillo de la oficina, cada vez que se levantaba para ir al baño, o cuando se daba un garboso paseo camino de la fotocopiadora. 

Ernesto no fue el único alpinista que alguna vez soñó con coronar aquellos dos altos picachos. María sabrá si alguno más se precipitó al vacío en el intento imaginario de alcanzarlos, o lo mismo ni se dio cuenta, de si su presunta indiferencia los acabó empujando a todos hacia su propio abismo...

Comentarios

  1. Pobre Ernesto!
    Si nos pudiéramos colar en las entendederas de los otros nos perderíamos esas excusas tan surrealistas!
    Un placer leerte, como siempre.
    Un abrazo Miguel

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    Respuestas
    1. Sí, cada cual, con su melancolía...

      Gracias por pasarte y comentar, Loles, un abrazo.

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