El indeleble sueño

Calle Peñón, en Santisteban del Puerto, Jaén, por Antonio Navarrete
Calle Peñón (1960), en Santisteban del Puerto (Jaén), por Antonio Navarrete

El coche sube por la calle empedrada, o eso parece, que es un coche lo que asciende, y que desde su ventanilla trasera nos permite ver el panorama en fuga de casas encaladas, puertas y ventanas con reja que va dejando atrás, a uno y otro lado de la calle. Todo indica que se adentra por alguna de las callejas de un pueblo de Andalucía. Si te fijas bien, al fondo, donde terminan las casas y apenas alcanza la vista, se adivinan unos árboles en perfecta y cuadrangular formación: seguramente sea un olivar. La imagen borrosa de los árboles se entrevera con el ruido de la vieja filmación, en blanco y negro, que nos permite echar una mirada curiosa al pasado.

Asciende y asciende el vehículo por la calleja, y se va achicando el telón de fondo del presunto olivar. Pronto queda este fondo reemplazado por una de las casas que hace recodo, en cuanto el coche gira para encarar una nueva calle, aún más estrecha y aparentemente empinada. Enseguida irrumpen tres, cuatro, cinco, seis chiquillos, por ambos flancos de la imagen y del vehículo, y con entusiasmo comienzan a perseguirlo. La más pequeña de la pandilla a duras penas puede seguir el ritmo de los demás, pero no desiste en su carrera ni pierde la sonrisa, confiada en que podrá alcanzar el coche. Es la suya una sonrisa sin dobleces, la de una niña de no más de cinco años.

Mengua la risueña niña según el coche avanza, se va achicando su corta figura sin que ceje en su empeño de alcanzarnos. Justo cuando empezamos a temer que la vamos perder de vista, el coche parece ralentizar su marcha, como dando pie, en un gesto cortés, a que la niña llegue a nuestra altura. Sobrepasan los otros niños el marco del fotograma, quedando ocultos tras la cámara. A lo lejos, en el centro de la gastada película, solo queda la pequeña, que corre y corre a nuestro encuentro, con su carita redonda de felicidad, y su pelo recortado a la taza. ¡Ánimo, que nos pillas! Va vestida con un babi de escolar y una faldita oscura, por la que asoman sus canillas delgadas. ¡Vamos, no te detengas, que ya casi nos alcanzas!

Un repentino sube y baja de la imagen y el coche avanza unos metros; enseguida otro zarandeo similar. Adelanta el coche ahora al pequeño tropel de perseguidores, que vuelven a entrar en plano. No tardamos en descubrir al causante de las recientes sacudidas de la imagen: el leve escalón que atraviesa la calle y el fotograma, y que el coche acaba de sortear. Llega la niña a ese peldaño, pero se trompica al subirlo y cae al suelo. Rápido se incorpora, y, como si nada, reanuda su despaciosa carrera en pos del coche y de nosotros.

Aviva aún más la marcha el coche, a un ritmo imposible de seguir incluso para el más veloz de los críos, cuánto más improbable de alcanzar para nuestra pequeña protagonista. Bajan los brazos los niños, abandonan la carrera, pero aún porfía en su ilusión la niña chica, que no es otra sino la nuestra: la de que no la perdamos de vista. Mas el indolente coche avanza y avanza, sin atender a los deseos de nadie. Poco a poco, como aquellos olivos del principio, la sonriente cabecita va quedando reducida a una muesca en la película, a un punto indistinguible y minúsculo, en la infinitud del tiempo y del espacio...

Aunque de alguna manera, su presencia es ya imborrable, pues queda impresa la niña en nuestras retinas, las de quienes la acabamos de revivir al visionar la película de hará casi un siglo. Queda en nosotros como si se nos hubiera aparecido en un indeleble sueño, y ya no olvidaremos su mirada inocente, ni su sonrisa amplia y confiada, como despreocupado aleteo de mariposa.

El fogonazo de dos fotogramas blancos, más otros cuatro o cinco mostrando la calleja por la que el coche va. Atrás quedaron los niños; la película ha terminado.

Comentarios

  1. Se desdibuja el pueblo con esta niña. Como en los viajes de antaño: Decíamos "adiós, adiós" saludando a los coches que nos pasaban, y era alborozo que nos devolvieran el saludo.
    Me has devuelto a la infancia!
    Un abrazo Miguel

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  2. "se desdibuja", "alborozo". Qué buenas palabras, sobre todo alborozo, que no creo haber utilizado nunca en ninguno de mis escritos. A ver si consigo fijarla en mi cabeza.

    ¡Qué alborozo, que el texto te haya retrotraído a la infancia! Un abrazo, Loles.

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