El ratón y su rueda

Ratón marrón dentro de una jaula con barrotes fucsias
Foto por Chris

El ratón, taciturno, observaba el mundo exterior a través de los barrotes fucsias de su jaula, más allá del alfeizar de la ventana en que ésta reposaba. Se moría de envidia, el ratón, cada vez que veía a los otros ratones campar libres, por el tapiz verde sin fin de la pradera que tenía delante. Y eso que a él, dentro de la jaula, no le faltaba de nada: disponía de alimento a discreción, todo el que quisiera comer, y también de toda el agua que se le antojara para saciar su sed. Incluso tenía una pequeña cama acolchada, y una rueda de plástico para hacer ejercicio. Pero mientras ejecutaba su eterna rutina, la de dar sus absurdas vueltas en la rueda, no dejaba de pensar en la sugerente vida de los otros ratones. Se los imaginaba más gordos y mejor alimentados que él, y en todo momento felices. Le daba mucha pena de sí mismo al ratón, siempre recluido entre los mismos barrotes, sin haber palpado nunca el tacto de la hierba húmeda, ni respirado el aire puro de más allá de los confines de su jaula...

Tal era la inquietud del ratón, frente al inexplorado mundo exterior, que adquirió la inconsciente manía de roer, a cada rato, uno de aquellos barrotes que lo retenían. Aventuraba su naricilla entre dos de los barrotes, siempre los mismos, y se embobaba contemplando, por horas, cada promontorio y cada cárcava de la pradera. Entonces, giraba de súbito la cabeza en un tic nervioso inevitable, los grados necesarios para mordisquear el barrote que le quedaba a mano derecha, y después, también de repente, como si ya se hubiera aburrido de limar el barrote, regresaba a su embobada contemplación, preguntándose si más allá del horizonte verdioscuro habrían otras verdes y sinuosas praderas.

La vida del ratón era bien simple: comer y beber, darse un ocasional garbeo en torno al eje de la rueda, embelesarse con su anhelada pradera, y roer compulsivamente el mismo barrote derecho. Hasta que un día, de tanto pequeño bocado que le dio al barrote, terminó por limarlo, y quedó abierto un agujero entre los barrotes de la jaula.

Lo primero que hizo el ratón fue asomar la cabeza a través del hueco. Olisqueó, con su pequeña nariz rosada, el aire de la libertad. Así, de primeras, ningún aroma distinto advirtió, respecto al del interior de la jaula. Sopesó entonces la posibilidad de aventurarse un poco más allá. Pero consideró si convenía, tan a lo loco, dar aquel primer paso hacia lo desconocido. Pensó el ratón, que tal vez podría aparecer sorpresivamente por el aire un ave rapaz, que viniera a llevárselo volando entre sus garras. Había visto una escena similar en cierta ocasión, cuando un halcón cayó en picado desde el cielo y atrapó a uno de los ratones de la pradera, que de puro miedo se quedó paralizado.

Reculó entonces el ratón, de nuevo hacia la jaula, y buscó con ansiedad la rueda giratoria. Empezó a corretear en círculos como si tuviera prisa por llegar a algún lado, pero por más vueltas que le dio, a la rueda y al asunto de la libertad, terminó llegando al mismo punto: sin duda, allí dentro vivía bien cómodo y no le faltaba de nada. Pero le apetecía tanto experimentar lo de correr libre por la pradera... Claro que afuera estaban todos esos peligros alados, y cabía la posibilidad de que los otros ratones no fueran tan felices como, tan a la ligera, él solía presuponer, que pasaran a menudo hambre y sed, y temblaran de frío y miedo por las noches.

Esa ida y vuelta, entre sus anhelos y temores, constituyó un nuevo hábito en la vida del ratón. Cansado de dar tanta vuelta sin llegar a ninguna conclusión, se apeaba de la rueda y acudía al comedero para roer unas pipas, o un pedacito de refrescante manzana. Un pulso involuntario le empujaba a saborear con ansia aquellos minúsculos manjares, como si así se fuera a recomponer de toda esa zozobra interior que tanto le afligía. Pero lo cierto es que no tardaba en regresar a la rueda y a sus círculos viciosos, cada vez con más impulso y denuedo. 

Se estaba volviendo loco el ratón dentro su jaula, desde que abrió el agujero y, a su través, vislumbraba algo más nítido todo ese mundo lleno de posibilidades, también de peligros, pero tan alcance ahora de sus pequeñas patas...

Comentarios

  1. Y siguió debatiéndose entre el ansia de libertad y el miedo... ¡Qué ratón tan humano!
    Me ha encantado la foto (¡qué jaula tan cuqui y qué ojillos de buena gente!) y el relato. Ese giro súbito para roer el mismo barrote me ha parecido genial.
    Un abrazo Miguel

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    Respuestas
    1. Sí, sí que es buena la foto. En cuanto la vi, la escogí sin dudar. Y no sé si el ratón será muy humano, o es que los humanos somos muy ratones, jeje.

      Un abrazo, Loles, y gracias por pasarte y comentar.

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