Mis otros yos

Mujer negra en 3D con una bolsa en la mano, como si fuera de compras
Foto tomada de Second Life

Mi pequeño gran mundo es este espacio virtual, en el que doy forma a mis relatos y a todo tipo de personajes, casi siempre de lo más desmadrado. Alguien podría decir que en realidad no existe mi mundo. Y no le faltaría parte de razón...

Recuerdo cuando se comentaba que Second Life iba a ser el no va más. La panacea de los negocios, vamos. En esta aplicación, que recreaba un mundo virtual de tres dimensiones, los usuarios podían configurar y dar vida a su propio avatar. Podían elegir, por ejemplo, ser fulana provocativa de grandes pechos, u hombrecillo corriente con gafas de intelectual. O madurita interesante, que diría Martirio, con su chándal y sus tacones, arreglá pero informal. Así travestidos, los usuarios tenían la posibilidad de darse un garbeo por un mundo imaginario y casi infinito, e interactuar con otros usuarios, transformados a su vez en los personajes que habían elegido ser.

Aquella aplicación fue pensada para vender, como casi todo lo que ocurre en Internet. Las grandes compañías abrían sus magníficas tiendas virtuales (según se decía, yo jamás vi una ni entré en ella), en las que exhibían y vendían sus artículos. Por lo visto se podía comprar de todo, ya fuera un bolso de Louis Vuitton para la puta disfrazada, por poner un caso, o para el calvo con bigote que, en la vida real, movía sus hilos.

Pero en Second Life no solo las grandes corporaciones podían abrir sus negocios, sino también los propios usuarios. Recuerdo una joven, que salió en un documental de la tele, que invertía gran parte de su dinero (el que ganaba en la vida de carne y hueso) en pegarse la vida padre virtual. Afirmaba, con sincero entusiasmo, que se fundía el sueldo en complementos para su avatar, y en proporcionarle la envidiable vida que toda buena madre desea para sus hijos. Si no entendí mal, la joven pagaba a artistas 3D para que le diseñaran y construyeran su cadena de tiendas, o las lujosas mansiones en que vivía a capricho su avatar. Se había propuesto ser lo más, en aquel mundo tan de mentira.

La anécdota más surrealista que escuché nunca acerca de Second Life, me la contó uno de mis alumnos. Por lo visto, él y otro colega (en realidad sus avatares) entraron en un concesionario virtual de coches y, por pasar el rato, le prendieron fuego. La policía de Second Life los detuvo y los metió presos. Por supuesto, que en la cárcel de Second Life. Igual debí haber tomado alguna precaución con aquel alumno, dadas sus peligrosas inclinaciones y antecedentes penales.

Ya desde el principio pensé que aquello de Second Life no tardaría mucho en acabar como cualquier otro de los típicos negocios fracasados que surgieron en Internet. Saqué mis conclusiones nada más darme de alta en la aplicación, tras echar un ligero vistazo. Demasiado trabajo y pereza me dio entender aquello, así que pensé que al usuario medio le ocurriría lo mismo. Abandoné en seguida la aplicación y no volví a entrar jamás.

Pero quién sabe si no me equivoqué al abandonar aquel barco tan pronto... Pues, ideas o negocios que ayer fueron un fiasco hoy triunfan, o lo harán mañana. A veces no hay manera de encontrarle una explicación al éxito o al fracaso. Además, en ocasiones los seres humanos terminamos acogiendo con entusiasmo ideas de lo más peregrino, por más que se estrellen una y otra vez contra la realidad de los hechos. Quien persevera desespera, dice el dicho. O alcanza el éxito...

Para mi sorpresa, compruebo años después que aún sigue vigente la aplicación de Second Life. Me pregunto qué será del avatar de aquella joven megalómana, si su personaje virtual seguirá aún vivo, o si disfrutará ya de la Paz de los Justos en el Reino de Jehová. Espero que al menos sus restos descansen en algún bonito mausoleo construido a base de polígonos y cemento.

Por mi parte, me medio conformo, como decía al principio, en ir dando forma, en mi blog, a mi propio mundo de ficción. Entre relato y relato, he sido madre abnegada abandonando a sus hijos, médico rural alcoholizado, camionero rumano conduciendo un bus escolar, pocero de paseo con su hijo por las cloacas de Nueva York, o descreída del amor romántico despotricando contra los novios parásitos y el mundo en general. Hasta padre vagabundo he sido, recorriendo América con su hijo, en busca de la mamá huida (creo que el tema de los papás solteros me fascina).

Todo lo que se me ha antojado he podido ser. Casi siempre me he decantado por personajes de lo más incorrecto, políticamente hablando. Es cosa que se agradece en todos los tiempos, el no tener que poner cercas a la propia imaginación. Quién sabe si, imaginando mis máscaras, mis otros yos, no los convertí de ipso facto en realidad palpable. Decía el dramaturgo que la vida, si acaso, es solo sueño. Tal vez nuestros mundos no vayan más allá del de esos avatares tuneados de Second Life. O puede que no seamos sino personajes que deambulan en la imaginación de algún cuentista, de muchas ínfulas, no menos pretencioso que un Dios con mayúscula...

Comentarios

  1. Pues mira que es difícil recrear personajes tan distintos! Yo solo consigo momentos en la vida de mis personajes, algunos tan imposibles como parejas de calcetines, ratón, monstruo... También tengo un avatar a la que no le da pereza ser pizpireta y ligona, pero claro, apareciendo así de ciento en viento... Así cualquiera!
    No sabía nada de Second Life, la aplicación. "Hay gente pa tó", que diría El Guerra.
    Un abrazo Miguel

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    1. Casi na, el retrato que consigues de los momentos de la vida de tus personajes. Que no es moco de pavo, quiero decir.

      Un abrazo Loles; gracias por tu visita.

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