Teledeporte

Mano sosteniendo un cuchillo con actitud asesina
Foto por Daniel Prats
-¡Oye, tú!: mira tu triste cara en el espejo, repasa tu currículum interior: eres un puto mediocre. Concluiste el día, otro más, como un inútil. Hace un mes que no escribes ni una línea. Aunque total: para escribir imbecilidades, mejor quédate ahí tumbado todo el tiempo, viendo Teledeporte en tu analógico televisor de tubo de rayos catódicos.

-¡Eh, insolente conciencia! ¡Si escribo o no escribo una línea es cosa mía!... Y si pierdo la línea tumbado en el sillón, también es asunto mío. Además, yo escribo cuando me sale de los cojones. ¡Ahora mismo, si me lo propusiera, podría hacerlo! ¡Sí!...

-¡Bah!... Tonterías, nada más. Historias sin historia, es lo único que tú escribes...

-¿Pero qué dices? ¡Calla de una vez, puta voz interior! ¡Mira, un cuchillo! ¿Ves? ¡Voy a coger este cuchillo para matar a alguien! ¡Ojalá te pudiera matar a ti, para que te calles de una vez!... Sí... ¡Voy a salir a la calle, y a la primera persona que vea la atravieso, como espeto de sardinas! ¡Así tendré una buena historia!

-¡Dios! Espeto de sardinas... ¿No encontraste una metáfora más manida? Tan manida como el argumento de un loco acuchillando viandantes al azar... Además, ¿con esa mierda de cuchillo de untar mantequilla pretendes cargarte a alguien? No seas ridículo...

-Bueno, ahí tienes razón. Con este cuchillo no hago espeto... Voy a mirar en el cajón de la cocina. ¡Este cuchillo, sí! ¡Mira, qué punta! Bajo a la calle, y a la primera persona con la que me cruce: ¡zas, le saco el mondongo!

No estoy a lo que estoy: he bajado a la calle con las zapatillas de estar por casa. Qué poco glamour, para un asesino. Bueno, es igual: es de noche, y nadie va a notar mis zapatillas. Ahí viene la víctima... ¡Psss!... Silencio, un poco de sigilo... ¡Carajo, no!: este hombre no me sirve. Está más hormonado que Rambo... Si no me sale la jugada me va a poner la cara del revés. ¿Y si le ataco de espaldas? ¡Qué espaldas tiene, el hijoputa! ¡No, no, no!... Mejor me busco otra víctima más asequible.

¡Joder, qué frío hace esta noche, y yo en zapatillas y pijama! ¡Ahí viene alguien, por la otra acera! ¡Silencio!... ¿Un niño? ¿Pero qué cojones hace un niño solo, a estas horas, en la calle? Bueno, es igual. Mejor para mí, más fácil será acabar con él. Cruzo la calle. ¿Pero cómo voy a matar a un niño? ¿Seré cobarde? Sí, soy un asesino miserable y cobarde, ¿y qué? Lo único que importa es que algo suceda esta noche, para luego escribir mi relato...

Me acerco al niño por detrás, con cuidado... Las zapatillas silencian mis pasos... De momento, creo que no se ha dado cuenta de mi presencia. Palpo la hoja del cuchillo... ¡Hostias, me he cortado!... ¿Seré gilipollas?... Bueno, mejor: más inquina siento ahora por dentro... ¡Dios, qué dolor!... Agarro el cuchillo con firmeza y cuidado, por el mango. Me aproximo al chaval... ¿Pero qué estoy haciendo? ¿Cómo lo voy a matar así, en primera persona? La policía va a sospechar en seguida que he sido yo, el asesino... Necesito una coartada: me lo cargaré en tercera persona...

Confiado en la discreción que le ofrece la noche, un gato escarba entre la montaña de basura de un contenedor. Regocijado en su festín, no advierte al niño, de unos 12 años, que se aproxima por la calle solitaria. En cambio, el niño sí nota que algún bicho anda hurgando entre la basura. Cuando pasa a la altura del contenedor, de un golpe lo hace resonar con el estrépito de una gran caja de resonancia callejera. El gato huye despavorido, su sombra se pierde entre las de la sucia acera...

A quien no percibe el niño es al hombre que, con pelos de desquiciado, camina detrás de él, a poca distancia. No imagina el vaho de su aliento ansioso. Como si quisiera llevarle la contraria a la fría noche primaveral, el hombre va en pijama y zapatillas de andar por casa. Mala hora, las 12 de la noche pasadas, para que un niño ande rodando solo por la calle... En la calle oscura relumbra el acero de un enorme cuchillo de cocina... Lo lleva el hombre en su mano derecha.

El chiquillo camina confiado y valiente, orgulloso de ser el terror de los gatos noctámbulos. A sus espaldas, el hombre de las zapatillas aprieta el paso. Con la yema de sus dedos acaricia el filo del cuchillo. Sin venir a cuento, da un respingo. Más que la noche, se estremece su cuerpo entero. El imbécil se ha cortado con su propio cuchillo. Se repone de seguido, pues cierto ánimo lo empuja a continuar como si nada, tras los pasos del chiquillo. Cavilando está, cómo ponerse a su par sin que advierta su presencia, cuando una voz desmantela el plan que viene maquinando:

-¡Date prisa, Rafael, que ya  es tarde!

-Mamá, había un gato en la basura, y en cuanto me ha visto llegar ha salío to corriendo...

Rafael se encuentra con su madre en medio de la acera, que, impaciente, lleva esperándolo desde hace siete minutos con veintidós segundos. El hombre del cuchillo se topa con ambos de frente; para disimular, no encuentra entre su repertorio otra ocurrencia que la de dar las buenas noches:

-Buenas noches.

Sobrecogida, la mamá de Rafael descubre el amenazante cuchillo que, en la mano, trae el hombre que le acaba de dirigir la palabra. Adelanta un brazo y lo antepone entre su hijo y el desconocido; con el mismo brazo arrastra al niño detrás de ella. Sólo entonces el valiente de Rafael percibe los peligros de la noche, y del hombre que lo venía siguiendo...

-Hace frío, ¿eh?, para estar a mediados de mayo... -vuelve a hablar el hombre.

La mamá de Rafael no sabe qué responder, a un comentario tan fuera de hora y lugar. Despacio, retrocede dos pasos y medio, empujando a su hijo con el trasero. En ningún momento el niño y ella retiran la vista del cuchillo. Cada vez que retroceden, el desconocido avanza hacia ellos, sin cortar el hilo de su extraña conversación:

-Que digo yo, que en vez de estar aquí hablando en la calle, a estas horas, si queréis venir a mi casa...

Con mirada viciosa, el hombre recorre el talle juvenil y bien proporcionado de la mamá, de arriba a abajo, y luego de abajo a arriba. A pesar de la nocturnidad, percibe sin ambages las voluminosas tetas que se respingan bajo el jersey, y las anchas y fecundas caderas.

-Podemos ver Teledeporte en mi tele; aunque es vieja, todavía funciona. O lo que queráis ver. Que si no os gusta Teledeporte puedo poner otro canal. Hay muchos. Aunque mejor el crío debería irse a dormir, que ya es tarde... Mi cama está libre. Siempre está vacía; me deprime que siempre esté vacía... Y tú y yo, podemos beber algo de lo que guardo en el mueble bar. Un güisqui o un cubata, mientras vemos Teledeporte y duerme el niño. Bueno, mejor, que no se acueste en mi cama, por si luego la vamos a necesitar. Tengo sábanas limpias en algún cajón...

La mujer se pregunta si le conviene gritar o echar a correr; no sabe cómo hacerse cargo del niño y de su propia preocupación. "Si gritan los atravieso aquí mismo, a los dos", piensa el del cuchillo.

-¿Está muy lejos su casa? -improvisa al fin la mujer.

-No, aquí al lado. He salido en zapatillas a dar una vuelta, porque no podía dormir. A veces una voz me habla y no me deja descansar.

-Si le parece, vaya usted por delante. Yo voy a dejar a mi hijo en mi casa, y luego  -guiña un ojo la mamá al del cuchillo, a ver si cuela- me acerco a tomar algo en la suya.

Al desconocido se le desborda la emoción por sus grandes pupilas de lunático lobo feroz.

-Vale, mejor así, que vengas sola. En mi casa te espero entonces. Pero no me vuelvas a decir de usted; me pone enfermo que me traten de viejo.

El de las zapatillas da media vuelta, rumbo a casa. La mamá de Rafael respira algo aliviada. Sin decir nada, le hace una señal al crío para que se distancien del lugar a paso vivo.

-¡Eh, no tan deprisa! -reclama el hombre-. No te he dicho mi dirección: el 11 de esta misma calle, en el bajo.

-¡Ah, sí, qué tonta! Vale, muchas gracias, mi amor. Ahora, en un momentito, voy en tu busca.

Ya estoy en casa, qué frío hacía en la calle... Mientras llega ésta, voy a poner la tele. Teledeporte. Está follable la tía, aunque sea mamá. Voy a ver qué tengo de beber... Todas las botellas vacías, ¡joder!... Bueno, creo que este culín servirá. ¡Mierda, me escuece la mano! ¿Qué es esto, que me gotea? ¡Sangre!... ¡Joder, joder, joder, lo estoy poniendo todo perdido!...

-¡Idiota! ¡No va a venir! ¡Sabes que esa mujer no va a venir!

-¡Cállate, maldita voz! ¡Sí que va a venir! ¡Ya verás!

-¡No va a venir, no va a venir!

-¡Cállate, cállate, cállate!... ¡Vas a ver como sí que viene! Me llamó amor, lo diría por algo... Y si no viene... bueno, peor para ella. Yo ya tengo una historia que anotar en mi cuaderno. ¿Ves? ¿Ves como puedo escribir lo que quiera, cuando quiera? ¡Así que cállate de una puta vez! ¡La mamá va a venir y luego vamos a follar durante toda la noche! ¿Dónde habré puesto las sábanas limpias?...

-¡Ingenuo!... Además, como venga y vea todas esas gotas de sangre, el cuchillo manchado, las cochambrosa casa en que vives... sí que vais a follar mucho, sí... ¡Vuelve a dejar el cuchillo en su sitio, y cúrate esa mano!... ¡Vas a poner las sábanas perdidas!...

-¡Ya voy, ya voy!... ¡Mierda, cómo me escuece la herida!...

-¡Siempre escuecen la heridas, cuándo vas a aprender? ¡Anda, mira Teledeporte, a ver si te duermes y descansas de una vez!... Que por hoy, ya tienes suficiente trama, para otro más de tus estúpidos cuentos...

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