La novela que no se resignó a permanecer callada

Miguel Ángel Salinas Gilabert leyendo absorto la novela Más allá de la línea de tres puntos

Acabo de autopublicar (diciembre de 2017) Más allá de la línea de tres puntos, mi primera novela, que se puede comprar en Amazon. Pero éste es el final de un pequeño relato. Por si a alguien le interesa y no se ha dado cuenta, acabo de empezar a contarlo en estas líneas.

Durante algunos años había ido acumulando anécdotas e ideas, que anotaba en mi mente o en pequeñas libretas. Un día, allá por mayo del 2013, de camino al trabajo, en el metro, guardando el equilibrio de pie, a ratos sentado, me puse a escribir, con bolígrafo en un cuaderno, un primer capítulo de lo que soñaba, por entonces, que terminase fraguando en una novela.

Aquel primer capítulo fue una semilla que no germinó hasta finales de agosto del 2014. Había acumulado ya todo el coraje y la contrariedad que necesitaba para acometer el arduo proyecto para el que me había conjurado. Para mí, los años finalizan en agosto. En mi fin de año particular empecé a darme cuenta de que el tiempo transcurría, inexorable, y que la novela que tenía en mente hablaba de las inquietudes de una época de mi vida que ya empezaba a ser parte de mi pasado.

Me entraron las prisas. Amplié el primer capítulo y escribí uno nuevo. Pronto me dije: “¡Coño, Miguel, escribir una historia tan larga te va a resultar más complicado que cuando pergeñas uno de esos relatos tuyos”. Así que durante casi un mes me dediqué a esbozar, por capítulos, cada trama. No volví a escribir una línea hasta que tuve, bien armada, toda la estructura de la novela.

Para elaborar dicha estructura utilicé el software Celtx. Ya lo había utilizado para escribir el guión de alguno de mis cortometrajes caseros. Recomiendo este programa, porque se pueden hacer fichas de los personajes. Soy muy desmemoriado, así que más me valía, respecto a mis personajes, tenerlo todo bien anotado: nombre, edad, familia, apodos, gustos, pasado… Además, en Celtx se pueden hacer fichas de cada escena, que puedes ordenar a tu antojo. Cada ficha corresponde a una escena de guión. En este caso, utilicé las escenas para esbozar las tramas de los capítulos.

Ya tenía toda la estructura de lo que iba a suceder en la novela (apenas añadí luego un par de capítulos). Ahora sólo tenía que poner los ladrillos. Es decir, desarrollar los capítulos siguiendo la trama que había diseñado. Mi precariedad laboral me concedió el tiempo que necesitaba. Estuve colocando ladrillos durante más de un año, desde finales de septiembre de 2014 hasta noviembre de 2015. Confieso que fue muy emocionante, el momento en que puse el punto final a la historia.

Cuando uno termina de escribir una novela se pregunta: “¿y ahora qué?”. Se supone que uno no escribe sus historias para dejarlas guardadas en un cajón. Pues en un cajón se quedó guardada la mía. En concreto, en una carpeta del ordenador. Mi primogénita se sintió abandonada, como en una inclusa. Aunque no se resignó a permanecer callada. Me pedía a gritos un poco de atención. De vez en cuando yo la visitaba, para corregir sus páginas. Ardua tarea apta sólo para padres abnegados, la de corregir.

Ya durante el proceso de creación, acostumbraba a corregir lo recién escrito justo antes de ponerme a añadir párrafos nuevos. Pero cuando leí la novela en su conjunto no paré de encontrar nuevos errores. Los corregí.

La novela me pidió que la sacara de paseo. Quería ver mundo, pavonearse ante la gente, para que todos la conocieran. La envié a un par de concursos literarios. Odio los concursos literarios. Sobre todo, porque detesto bailar al son que tocan otros. Los concursos literarios secuestran tu novela. Es decir, no la puedes mover hasta que el jurado da su veredicto. Ni siquiera recibes la notificación de que el veredicto se dictó. Desde agosto de 2016, hasta octubre de 2017, estuve esperando por nada…

Mientras esperaba el trolebús que nunca pasó, seguí corrigiendo. Consideré también las sugerencias que alguna de mis amigas me hizo. Cada vez que releo la novela veo errores. Es una obsesión de yonqui, la de corregir. Pero uno tiene que decir un día ¡basta!

Me decidí a autopublicar mi novela, que es lo que hacemos los autores, tal vez mediocres, pero orgullosos de lo que hemos escrito, cuando no obtenemos el reconocimiento que nos atribuimos a nosotros mismos. Por fortuna, soy diseñador gráfico. O eso me creo que soy. Al menos no me fue muy complicado maquetar la novela en formato ePub. Ahora me faltaba distribuir el libro electrónico en alguna parte. Decidí subirlo a Amazon (convierten el ePub a formato mobi, así que lo subí también a Bubok, ya que no todo el mundo tiene un lector Kindle). Descubrí que, además, en Amazon tienen un servicio de impresión en papel, bajo demanda. Vamos, que imprimen un ejemplar cuando alguien se anima a comprarlo. Así que decidí maquetar también la novela en el formato tradicional, para su impresión en papel.

Aunque me dedico al diseño gráfico, jamás había maquetado un libro. Sí al menos era consciente de que la maquetación editorial tiene su arte y oficio. Encontré un libro estupendo sobre este arte, Cita con los textos, que recomiendo a todo escritor que pretenda autopublicarse (no está de más que a quien acompaña el vicio de escribir conozca unas nociones sobre la correcta conformación de los textos). Me llevó un par de semanas preparar el libro para su impresión en papel. De paso lo volví a corregir. No me di cuenta de la extensión de la novela hasta que terminé de maquetarla para papel: había escrito (en tono de tragicomedia, que aún no lo he dicho) 328 páginas. Espero que entre ellas haya, al menos, un párrafo con la suficiente calidad literaria.

Presumía yo de ser muy digital y tener poco afecto por los libros impresos, pero confieso que me resulta gratificante, ahora que lo tengo entre mis manos, hojear el mío. Si es que, los hijos de uno nos parecen siempre los más bonicos… Aunque no huelan apenas a nada sus páginas, como le pasa a mi niña…

Cuando ya expiraba el año 2017 -anteayer mismo-, volví a darle otra vuelta a la portada y al texto de la novela. Hoy, en enero de 2018, me animé, de una vez por todas, a salir del armario de los novelistas taciturnos: notifiqué a quien quisiera escucharme que, para bien o para mal, mi novela, Más allá de la línea de tres puntos, la primogénita, había llegado…

Aquí pongo, pues, punto final a este relato, y, de paso, al devaneo novelesco que me he traído en los últimos años. Que necesidad ya voy teniendo de emprender otras historias. Si por lo que fuere les diese por manosear a mi niña, por favor, trátenla con delicadeza. Y no me lo cuenten, que tales intimidades, a un padre le duelen. Aunque supongo que terminaré por resignarme, si al menos la experiencia les acaba resultando medio placentera…

Comentarios

Entradas populares