Invierno

Rama de árbol desnuda
Foto por Tony Alter
Invierno. Una nubecilla de vaho se disipa delante de tus ojos, esbozando tu fugaz existencia. Bajo tus pies, el abismo... Lo sorteas mientras avanzas por el filo de la rama quebradiza. El árbol desnudo, que a su vez la sostiene, se aferra a la tierra que mañana albergará tu cráneo. El día menos pensado caerás a plomo sobre el lecho yermo y hostil, tan pedregoso como las razones que te convidan ahora a precipitarte. Ten paciencia, pues todo llega... Incluso las razones que argumentan el sinsentido de tu condición sucumbirán al paso de los años... Inexorables son los ocasos, las verdades que nos mantienen engañados, las infancias perdidas... Todo te resulta indiferente en este preciso instante; lo único cierto es el latir que encamina tus pasos, la recóndita manera de tu proceder, el ruido intestinal que te aturulla de hambre. ¿Hambre por alcanzar a un Dios inexistente, puede que indiferente, o tal vez simplemente entretenido en afinar el clavicordio con que compuso la banda sonora de su creación? ¿Sed de parroquiano de bodega en busca de un ideal glorioso con que saciar su desasosiego? Para el caso es lo mismo, hambre o sed, sed o hambre... Mascullas una oración ininteligible, de vieja suplicante, que apenas lastima los oídos de nadie. Te detienes un momento, para abandonarte a la contemplación del abismo bajo tus pies, a la del cielo sobre tus sinrazones. Retomas el deambular por la rama tortuosa... Para cuando llegue la primavera, un manantial de savia anegará el secarral; reverdecerá la rama y, sobre tu tumba, no faltarán trinos de pájaros, ni florecillas de colores...

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