Borboteos otoñales

Hombre maduro caminando en pos de una mujer joven
Fotografía por Astrid Westvang
A Domingo, a quien los años se le estaban yendo de largo sin darse cuenta de cuán rápido habían volado, le dominaba el ímpetu otoñal de los que intuyen el declinar de su lozanía, una fuerza reverdecida que lo conducía, por los senderos del amor, con la misma imprudencia de un recién destetado, y, aunque aquella fogosidad suya era del todo desaconsejable, para sus venas atascadas por el colesterol, tan desvalido e inerme se encontraba, frente al borboteo que le provocaba el ver pasar a tanta linda mujer de cerca pero sin poder catarla, que un día creyó vislumbrar la solución a la enfermedad crónica de su desamparo, y el remedio consistió en acudir a una agencia de emparejamientos especializada en casos de difícil solución como el de él; pero a las primeras de cambio se contrarió, porque la señorita que allí lo estuvo atendiendo, eso sí, con muy amables formas, le presentó a una candidata que no le pareció ni medio bien, pues, con todos los respetos, no es que tuviera nada Domingo en contra de las frutas maduras, pero aquella dama que en bandeja le sirvieron empezaba a estar ya un tanto pasada, aunque, eso sí, ni más ni menos que él, y, ante esta queja tan desproporcionada, la que amablemente lo estaba atendiendo le dijo que, «¡a ver, qué espera, si la pretendienta que le pongo a tiro pertenece a su mismo rango de edad y condición social, ni más ni menos!», pero Domingo no quedó conforme y expuso sus argumentos, y resueltamente y sin ambages preguntó si no tendrían alguna otra candidata de mejor ver, en definitiva, y por no dar más rodeos, «una más joven, así como usted», y como quien no quiere la cosa aún tuvo el atrevimiento de preguntarle a la señorita si estaba casada, a lo que la de la agencia respondió, con la impavidez propia de su puesto y experiencia, que no era casada pero que tenía un novio joven, fornido y celoso, pero total que, además, y en resumidas cuentas, tanta curiosidad no venía al caso pues ella no formaba parte del muestrario de la agencia, y como entonces Domingo se empeñó en que le devolvieran el dinero que había adelantado por las gestiones casamenteras, la señorita le dijo que el dinero no se lo podían devolver, pero que le dejase un momento de introspección para pensar en algún apaño, y el remedio le cayó en las mientes a la señorita como una revelación llovida de los cielos, de súbito, y éste consistió en que podría intentar buscarle candidatas más jóvenes si así lo deseaba, pero la dificultad de la misión exigiría una triple tarifa; y como adivinó a Domingo desconfiado y dudando de si le convenía abonar el importe otra vez por adelantado, la señorita lo tranquilizó y le dijo que no se preocupara, que ya pagaría la cuenta cuando echase un ojo a las fotos de la candidatas, y sólo si es que alguna de las que iba a buscarle llegaba a ser de su agrado, así que Domingo quedó tranquilo y pasó luego toda una semana de inquietud a la espera, borboteándole como siempre la impaciencia por las arterias, mientras le llegaba el momento de conocer a aquellas jovencitas que le habían prometido, a ver si al menos una lo restituía de los sinsabores de su deambular estéril por los territorios inhóspitos del amor, hasta que por fin llegó el día en que le presentaron no a una candidata, sino a cien, con lo que Domingo no tuvo más que escoger, y ahí anduvo un buen rato entretenido, hasta que eligió, por foto, a una joven delgadita pero pechugona, como a él le gustaban, y cuando la telefonearon allí mismo y en el preciso instante la chica accedió a acudir a la agencia a no más tardar, tan solícita que Domingo no se lo podía creer, y cruzó los dedos por que se pareciera a la de la foto al menos en una cuarta parte, y cuando la vio entrar por la puerta no sólo se parecía como una gota de agua a otra, sino que la percibió como más acabada, con más accesorios y complementos, y puso Domingo una cara de estúpido como la de los enamorados, y le entraron unos pálpitos y borboteos tales que no colapsaron sus disminuidas arterias de puro milagro, de momento aguantaron, y cuando le preguntó el nombre a la chica ésta le respondió que se llamaba Tatiana, exactamente y ni más ni menos como había leído en su ficha, y cuando le propuso ir a comer un menú del día a un bar económico que él conocía, Casa Paco, Tatiana dijo que sí sin dudar, y aunque durante la comida la chica le pareció algo sosa, por lo monosilábico de su conversación, que incluso estuvo todo el rato entontecida con la pantalla de su móvil, como sin escucharlo, a Domingo no obstante le cayó simpática y aseada, y pensó que por fuerza también él debía haberle gustado a ella, porque cuando le propuso ir a su casa para tomar un copazo, y lo que surgiera, Tatiana accedió encantada sin oponer resistencia, y lo que terminó surgiendo después del güisqui seco, que se tomó él, y del cubata que se ventiló ella, fue un amor carnal y desenfrenado muy parecido al que había venido soñando Domingo desde aquellos tiempos del destete, pero el romance fue una lástima por lo vertiginoso, ya que Tatiana, nada más consumar el amor, puso la excusa de que se tenía que marchar, y por más que Domingo le insistió en que se quedase a echar la siesta la joven no quiso, declinó seguir compartiendo su tálamo íntimo, piel con piel, sueño con sueño, por lo que pensó Domingo que tal vez le había fallado en algo, mas Tatiana se despidió cariñosamente con un hasta más ver, y cuando la llamó al día siguiente, nada más amanecer, ella le dijo que lo sentía mucho en el alma pero que se lo había pensado mejor y que no estaba preparada para tanto amor desaforado, ni, en definitiva, enamorada de él, y ni siquiera con ganas de quedar como simples amigos para ir a los toros o a ver una película de cine francés, con lo que el pobre Domingo vio que su primer amor le duró menos que poco, y le costó sobreponerse al fracaso, y ahí anduvo el hombre más de un mes, o más bien desanduvo el tiempo dándole vueltas y revueltas a su desamparo, mientras lo aplastaba el peso de cada segundo, hasta que cayó en la cuenta de que para aliviar su desdicha bastaba con pasarse por la agencia de emparejamientos, a ver si la señorita que allí atendía le ofrecía alguna otra solución, y la señorita lo primero de todo le dio el pésame, e ipso facto le ofreció a otras candidatas, todas jóvenes como a él le gustaban, las otras noventa y nueve que habían quedado en espera, descartadas por Domingo cuando terminó escogiendo a Tatiana; pero claro, por descontado que para elegir a una de estas noventa y nueve había que pagar otra vez la triple tarifa, así que no le cupo más remedio a Domingo que rascarse de nuevo el bolsillo, pero no sólo una vez, sino tantas que temió que con tanto gasto acabaría echando mano del plan de pensiones que tenía en depósito para cuando le llegara la edad de jubilación, y eso porque cada una de las noventa y nueve señoritas fueron pasando de largo, por su lecho, sin que floreciera la suerte de agradar por completo a ninguna de ellas, todas tan jóvenes, sí, y tan bellas, pero que no supieron o no quisieron corresponderle más allá de una sola noche desfogada, y que tampoco le proporcionaron el amor eterno que tanto anhelaba, aunque al menos cuando la lista de candidatas se agotó reapareció Tatiana, pues por lo visto accedía a verlo de nuevo y a concederle una segunda oportunidad. Tras pagar en la agencia matrimonial la correspondiente tarifa tripe, allá quedó Domingo con ella, en Casa Paco, esperanzado como siempre, y con el amor borboteándole por esas venas enquistadas de colesterol...

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