El concierto solidario

Café con porras
Leire llegó tarde, como de costumbre, justo cuando María Dolores empezaba a impacientarse. Las dos amigas y aparentes rivales habían quedado a dos manzanas de su lugar de trabajo. Nunca se citaban a la puerta, intentando evitar el acoso mediático de la prensa y de los reporteros gráficos, que a esa hora solían estar apostados en las inmediaciones del Congreso.

- ¡Jovar, Leile, llegas tarde! El próximo día te digo que hemos quedado media hora antes y así no tengo que esperar.

- ¡Jo Loli, si llego como siempre! Es que tenía que ir al Corte Inglés, que me he quedado sin tampones.

- Pues eso, siempre tarde, Leile. Y me han confundido ya 3 veces con una puta, jovar, si salgo todos los días en el telediario, ¿es que la gente no me conoce?

Leire, sin poder contenerse, empezó a reirse a carcajada limpia de su amiga.

- Y a tu guardaspaldas -dijo Leire desencajada por la risa- le habrán confundido con tu chulo. Fuiste tú la que dijo de quedar en la calle Montera.

- A mí no me hace gracia -contestó furiosa Dolores- Además, ya sabes que si llegamos tarde a desayunar nos vamos a quedar sin porras.

A Leire se le cortó la risa de cuajo y se sintió tan apurada de tiempo como su amiga.

Ya en la cafetería del Congreso las dos amigas desayunaban con apetito, indiferentes a la fauna circundante de personajes ilustres.

- ¡Por los pelos, hemos pillao las últimas porras por los pelos! -dijo Leire hablando con la boca llena mientras daba de inmediato otra detellada voraz a una de las porras-.

- Jovar, Leile -se indignó María Dolores- Te he dicho más de quinientas veces que no sorbas.

- Joder, Loli, tú siempre tan fina. Es que si no sorbes el café chorreante las porras no saben igual.

Unas mesas más allá, un diputado casi sexagenario de la Ezquerra Republicana de Cataluña comentaba la jugada con uno de sus socios de coalición.

- Cuyons, cómo muerde el churro la diputada, con esos labiacos, si sigue así me voy a empalmar. ¿Tú crees que esas dos son lesbianas?

- ¡Que te van a oír! -le advirtió su compañero de mesa-, disimula que nos están mirando...

Los dos diputados catalanes sonrieron a la par que saludaban con fingido gesto amable a sus contrincantes de ideología.

- ¡Mira esos catalanes, algo están comentando de nosotras! -dijo Dolores-. ¡Claro, es que les estás provocando!

- ¡Putos babosos!

- ¡Qué ordinaria eres, Leile!

María Dolores devolvió el saludo con una falsa sonrisa.

- Yo creo que son lesbianas -insistió a su socio el diputado catalán-.

- ¿Pero cómo van a ser lesbianas, si son de partidos distintos?

- Pues precisamente por eso.

En la otra mesa María Dolores había terminado de desayunar, y una vez más esperaba a su amiga.

- ¿Ya has terminado? ¿No te vas a comer esa porra, Loli?

- Me repiten -dijo Dolores-. Cómetela tú si quieres. Voy pagando, te invito.

En un visto y no visto, Leire se hizo con la porra de su amiga.

- ¡Mierda, ya no me queda café para mojar! -se lamentó y volvió a dejar la porra en el mismo plato de donde la había cogido.

- ¡Paco, cóbrese, dos desayunos! ¿Cuánto es?

- Lo de siempre, ¿cuándo se lo van a aprender? -cuestionó con atrevida confianza el camerero-, uno con veinte.

Ya en las afueras, María Dolores dio aviso para que les vinieran a recoger en su coche oficial. Mientras esperaban en la parte de atrás, Paco, el camarero, sacó el contenedor de basura. No bien el camarero desapareció, un vagabundo se acercó, abrió la tapa del cubo, y empezó a hurgar en él.

- ¡Joder!, ¿has visto eso, Loli? -dijo Leire-

María Dolores no prestó ningún interés, pues estaba ensimismada juguetando con su iPhone.

- ¿Mmm?

- ¿Que si has visto eso? El vagabundo. Se está comiendo tu porra, la ha cogido del cubo de basura.

- ¡Qué asco! -dijo Dolores con un gesto de repulsión, sin dejar de juguetear con su móvil-

- Deberían prohibir sacar comida de los contenedores.

- Ya está prohibido, Leile -dijo Dolores, como si cantara- ¿Para qué está Cáritas y las obras de beneficencia?

- Claro, vosotros los católicos todo lo solucionáis con la caridad.

- No empieces -se puso tajante María Dolores- ¿Y vosotros, qué hacéis por los menesterosos?

- No sé -dudó Leire-, luchamos por la igualdad...

María Dolores comentó entonces a su amiga que por la tarde iba a asistir a un mercadillo solidario. Le costó trabajo convencerla para que la acompañase, que qué pintaba ella ahí, decía Leire, pero al final accedió a acompañarla.

- Es sólo para mujeres. Haremos una rifa, y habrá pastitas y un pequeño concierto. Te dejo ahora en tu casa y luego paso a recogerte. Vente vestida de negro. Para no desentonar. ¡Mira, ya está ahí el coche!

El coche era un Mercedes de nueva gama pero blindado.

- ¡Joder, te han puesto un Mercedes! -dijo envidiosa Leire- Pero esto debo chupar mucho.

- No sé; sabes que la gasolina no la pago yo.

 Las dos amigas subieron al auto.

- ¡Coño! -exclamó Leire al ver al conductor-, a ti te conozco yo.

- Sí, sí, no le agobies -intervino Dolores- es el del indulto. Me lo ha recomendado una compañera, que ahora trabaja en una empresa de cazatalentos.

- Salí hace poco de la cárcel -dijo el chófer-. Pero yo no tuve la culpa de nada. Es que las carreteras de Cuba son una puta mierda, y yo estoy acostumbrado a correr.

- Seguro que la inteligencia cubana tuvo que ver algo en el accidente -apuntó Dolores-

- Claro, claro, puso allí el árbol- ironizó Leire-. Y dime, ¿te han devuelto ya los puntos del carnet?

- ¡Déjale en paz! -dijo Dolores-, aún no le han dado el carnet, pero no va a pasar nada si nos paran.

- ¿Y qué tal en la cárcel? -preguntó con cierto morbo Leire-

- No lo pasé mal. Mucho homosexual allí dentro, eso sí; como Fidel no los puede ni ver...

El coche salió quemando rueda, y se saltó 2 semáforos en ámbar y hasta uno en rojo. Pero las dos amigas, absortas en sus conversaciones, no parecieron preocupadas.

Ya por la tarde, el mercadillo parecía un lugar muy concurrido, repleto de damas vestidas para la ocasión con mantilla y peineta negras. El lugar elegido era el salón parroquial de una céntrica basílica, un espacio minúsculo para el gentío que allí había, y sin salidas de emergencia, que a todas luces incumplia cualquier normativa de seguridad. Pero las damas eran gente tranquila y civilizada y no había ningún peligro. En aquel lugar el aire era tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo, y se sentía un olor a nardos de cementerio. El único varón era el capellán, y agasajaba a las comadres con pastitas danesas de té. Como de costumbre, María Dolores llegó antes que su amiga, y mientras esperaba se entretenía saludando a esta y aquella compañera de partido:

- ¡Hola Espe!, ¿qué tal vas de lo tuyo?

- Bueno... a algunos médicos habría que matarlos.

- ¿Pero vas por la Seguridad Social?

- ¡No fastidies! Además, allí no me fío.

- Señoras, ¿una pastita? -interrumpió el sacerdote- ¡Ay, la alcaldesa, disculpen, voy a recibirla!

Mientras el capellán corría solícito hacia la puerta en busca de la alcaldesa, las dos comadres saboreaban una pastita a palo seco.

- Se me ha pegado en el empaste.

- ¡Mírala, Espe, qué mal colocada lleva la peineta!

- Al menos no viene con el hijoputa. Claro, que esta fiesta es sólo para mujeres.

- ¡Menudo fiestón! -irrumpió por detrás y a traición Leire-

- ¡Hola Leile! -dijo sorprendida María Dolores- No te he sentido llegar.

- ¡Hola Espe, ¿qué tal vas de lo tuyo?

- Bueno... a algunos médicos habría que matarlos. ¿Y cómo tú por aquí?

- Ésta -señaló a Dolores-, que me enreda. Por cierto, he traído a dos amigas.

- ¡Coño! -dijo doña Espe- ¡Si son las hijas de Zapatero!

Leire y sus dos amigas, una a cada lado, formaban un conjunto coral que se asemejaba bastante a la puesta en escena del trío Los Panchos, pero vestidas de negro. Sólo les faltaban las guitarras.

- ¿Y vosotras también váis a cantar? -preguntó María Dolores-

- ¡No jodas! -respondió tajante la menor de los Zapatero-

Una viejita se acercó al improvisado grupo intentando vender unas papeletas para las rifa benéfica. En unas mesas se apilaban los objetos donados por algunas de las distinguidas damas para aquella tómbola: un viejo paragüero, un perchero, un perrito de escayola... Cada año los mismos objetos iban y venía de una casa a otra. Todo era pura chatarra, nada que mereciese la pena.

- ¿Y cuánto valen las papeletas?

- Sólo un euro.

Aquellas amigas de circunstacia miraron como para otro lado, haciéndose las desentendidas. Enseguida un sonido estridente y desagradable les vino a rescatar, aunque a cambio les taladró los oídos. Era el sonido chirriante del micrófono, que se acoplaba mientras el presbítero intentaba decir unas palabras a las concurrentes:

- Sí, síiiiiii. Hooooola. Hola. Perdón, hola, buenas tardes a todas, señoras, gracias por venir, un año más realizamos este rastrillo benéfico que gracias a la caridad de su ayuda tenemos para ayudar a unas cuantas familias que por la ayuda desinteresada de ustedes no les falta que llevarse algo de su ayuda a la boca en estos tiempos tan apretados.

Aplausos. A continuación el padrecito dio paso a la rondalla Amantis Religiosa: laúd, bandurria, dos guitarras y otra que canta, los brazos en jarra. Aplausos, por favor, silencio, pssssi, pssssi.. Tras los primeros acordes de cuerda: "Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón... ¡ahora todo el mundo!".

- ¡Dios!, yo me piro de aquí -protestó la menor de las Zapatero-

- ¡Espera! -dijo su hermana-

- Lo siento Loli -se disculpó Leire-, yo también me tengo que ir; mañana te veo directamente en la cafetería.

- Clavelitos, clavelitos -asintió María Dolores-

Las dos hermanas, seguidas por Leire, a duras penas se hicieron hueco en el apretado camino hacia la puerta: "Permiso, permiso".

Al día siguiente, otra vez en la cafetería, Leire y María Dolores conversaban como de costumbre. Leire mordía con ansia una porra.

- Que no sorbas la leche -dijo Dolores-. Los catalanes ya nos están mirando.

- ¡Que le den por culo a los catalanes! ¿Que no me voy a poder yo tomar el café con leche como me salga del coño?

- ¡Qué ordinaria eres!

- No empieces -protestó Leire-. ¿Y qué tal ayer, cuánto dinero sacasteis?

- 532 euros.

- ¿532?

Leire hizo una pausa, como si pensase, sin dejar de masticar. Dio un último mordisco a la porra, masticó otro poco, y apuró su café.

- ¿Te vas a comer esa porra? ¡Mierda, acabo de beberme todo el café! Pues 500 euros no está mal. ¿Y os desgraváis?

- ¡La lista de la alcaldesa -dijo María Dolores-, que salió con lo de siempre, que le hicieran una nota para la fundación de su marido!

- ¡Qué morro tiene! Pues ¿sabes lo que te digo? Que te apuesto lo que quieras a que organizo un concierto solidario con las juventudes del partido y sacamos más. 500 euros no son tanto.

- 532 -puntualizó Dolores-.

- Venga, hoy te invito yo, ¿camarero, cuánto son los dos desayunos?

- Uno con veinte, ¿es que no se lo van a aprender nunca?

Un mes más tarde. Sábado noche, plaza de toros de las Ventas, a reventar. "Bono: Koncierto Solidario por los parados".

- Ya era hora de que vinieras, Leile, -protestó María Dolores- Llevo aquí más de 25 minutos esperándote. Rodeada de esta turba, que sabes que me pone de los pelos.

- Loli, no te mosquees. Es que esto está petao, y estaba buscando a mis amigas, ya las conoces, están por ahí. ¿Has visto qué de gente? Hemos dejao atrás de largo a vuestra tómbola. Es que Bono tiene mucho tirón, cuando le comenté la idea no lo dudó.

- ¿Es que tú conoces a Bono? -preguntó envidiosilla Dolores-

- De siempre. Además, es super solidario, como toda esta gente que ha venido a verle.

- Ya, pero 55 euros... -desmereció Dolores-, ¿un poco caras las entradas, no?

- Mujer, hay que pagar a Bono, músicos, técnicos, y el alquiler de la plaza de toros.

Las luces se apagan. Un cañón de luz ilumina el centro del escenario. La multitud silba, grita, corea el nombre del grupo de Bono, "iutú, iutú". Aparece un hombre menudo con gafillas en el escenario. Se pasea de un lado al otro. Suenan unas sirenas de policía. El cañón de luz le sigue como a preso fugado. Se oye un sonido de metralleta. El hombrecillo cae como si le hubiesen ametrallado. La multitud grita: "iutú, iutú". Como si fuera un compás humano cuyo centro fuera una de sus manos, el tipo se arrastra por el suelo describiendo un círculo. Patético. De repente el hombre se incorpora del suelo de un brinco. Grita al micrófono: "oé, oé". El hombre de las gafillas es el presidente de las juventudes del partido, que a la sazón hace de presentador del "Koncieeeeerto Solidarioooo". Los asistentes corean "Oé, oé, oá, oá".

- Y ahora, con todos usteeedes: Booooonoooo".

Aplausos, gritos, silbidos. Juego de luces rojas. Por cada extremo del escenario, dos músicos con sus correspondientes instrumentos: laúd, bandurria y dos guitarras. Por el centro del escenario entra Bono. Deskoncierto entre la multitud.

- No egque entone yo muy mal, pero si egtoy aquí es porque egque no he querido dejar de ser solidario con los parados de egta crisis. Va por ugtedes: "Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón..."

El koncierto terminó en desconcierto, y los jóvenes allí congregados no supieron comprender que el auténtico sentido de aquel evento residía en su tinte solidario. Y eso que incluso Bono no entonó del todo mal el Clavelitos de mi corazón. Pero cuando empezó con la segunda coplilla la desconfianza del público fue total, se sintió estafado, y en ese momento comenzaron los altercados. Por más que se esforzaron los chicos de seguridad en contener a la turba enfurecida, a Bono y al presidente de las juventudes los tuvieron que sacar en camilla por la puerta de arrastre que conduce al desolladero. Ya en la calle, los antidisturbios estuvieron entretenidos en controlar la desbandada general hasta casi la madrugada. A la mañana siguiente, Leire no quiso hacer declaraciones, tampoco estaba obligada. Tampoco fue aquella mañana a desayunar. Y ni tan siquiera atendió a las insistentes llamadas que le hizo al móvil su querida amiga María Dolores...

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