El diablo nos engañó


Cántaro en una fuente
Todas los días Amira se levantaba temprano. Quedaba con las otras mujeres de su aldea, para recorrer juntas el largo camino que distaba del pueblo al pozo de agua. Allí, ella y las otras mujeres llenaban un gran cántaro de agua limpia y cristalina, con la que saciaban la sed de sus familias y cocinaban la comida diaria.

Una mañana Amira se quedó dormida, de manera que tuvo que hacer el camino en solitario. Cuando emprendió el camino de regreso el sol estaba en todo lo alto, apretando con fuerza, con lo que el cántaro cargado sobre su cabeza se le hizo más pesado. A mitad del camino se detuvo a enjugar las gotas de sudor que bañaban su rostro. Justo en ese momento fue cuando a Amira se le apareció el diablo.

El diablo estaba esperándola a sólo unos metros delante de ella. Amira le reconoció porque iba bien vestido, con traje, corbata, y unos zapatos nuevos y brillantes pero llenos de polvo del camino. Por aquello de la calor, y aun siendo el mismo diablo, iba en mangas de camisa, eso sí, y en su hombro izquierdo llevaba la chaqueta del traje. El la mano derecha portaba una carpeta porta documentos de cuero negra. Amira prosiguió sin más su camino, y al llegar a la altura del diablo éste le habló:

- Mucho calor para una distancia tan larga...

Sin dejar de caminar, Amira le miró con el rabillo del ojo. La pesada carga le impedía girar la cabeza.

- Si tuvieses un pozo junto a tu casa no tendrías que andar un camino tan largo -prosigió el diablo-

Amira siguió su camino sin mediar palabra.

- Represento a una empresa -continuó el diablo- que puede construirte un pozo.

Amira detuvo sus pasos, miró al diablo algo enojada y le dijo:

- No necesito ningún pozo, estoy bien como estoy. Además: ¿qué quieres a cambio del pozo?

El diablo, socarrón, miro a Amira sonriente:

- Ahora no tendrás que darnos nada a cambio. Tendrás todo el agua que quieras, disfrutarás de más tiempo libre, podrás emplearlo en trabajar, ganarás más dinero, y dentro de un año nos podrás pagar con lo que hayas ahorrado.

- ¿Y cuánto tendré que pagaros? -preguntó una desafiante Amira-.

- La cosecha de un año.

- ¡Estás loco! -dijo una cada vez más enojada Amira-. ¿Y con qué daré de comer a mis hijos? ¡Anda y vete con tus asuntos a otra parte!

Amira apresuró el paso, dejando al diablo plantado.

- ¡Ya te arrepentirás! -le gritó el diablo- Todos tus vecinos han aceptado el trato. ¡Dentro de 6 meses vendré, y entonces aceptarás...!

Cuando Amira llegó a casa, su marido le comentó que el diablo le había visitado con el trato de construir un pozo. Decidió esperar a su esposa antes de tomar la decisión de aceptar. Le parecía una buena idea. Pero Amira le djo que si estaba loco, que con qué iban a dar de comer a sus hijos cuando el diablo viniese a por su ganancia.

Así que Amira y su marido fueron los únicos de la aldea que no aceptaron el trato con el diablo. El marido muy a su pesar, eso sí.

Enseguida el pueblo se volvió próspero. Ahora cada vecino tenía un pozo con el que regar una pequeña huerta y la aldea reverdecía con cada abundante cosecha. Ya nadie tenía que racionar el agua, que ahora corría de los caños despreocupadamente.

Sin embargo Amira seguía levantándose cada mañana a la misma hora, para recorrer el largo camino rumbo al pozo. Su marido estaba muy enojado con ella, por no haber aceptado el trato con el diablo.



*****


Habían pasado ya 6 meses desde que el diablo pasó por la aldea. Amira, como de costumbre, llegó temprano al pozo a por agua. Para su espanto, éste se había secado. Apesadumbrada, con el cántaro vacío, tomó el camino de regreso, y hacia la mitad del recorrido, otra vez se encontró con el diablo.

- Vaya, mujer, parece que esta vez caminas más ligera -le dijo con sorna el diablo-

- El pozo se secó, y mi cántara está vacía -contestó una esquiva Amira-

- Ya te dije que en 6 meses aceptarías mi trato; mira qué bien les van las cosas a tus vecinos. Entonces, ¿quieres que te construyamos un pozo a ti también?

- No quiero nada contigo, diablo, cualquier cosa será mejor que hacer tratos contigo.

Amira dejó plantado una vez más al diablo y caminó rumbo a casa.

- ¡Pues eso se lo tendrás que explicar a tu marido -le gritó el diablo- porque él opina todo lo contrario!

Al llegar a casa, el marido de Amira le contó que el diablo estuvo en casa otra vez. Y que le ofreció construir un pozo a cambio de la cosecha de dos años. El marido casi acepta, pero prefirió consultar primero con su mujer. Amira se opuso en rotundo, y esa noche, por primera vez en muchos años, discutieron fuerte.

A partir de ese día, Amira y su marido trabajaron fuerte en el poblado. A cambio de un poco de agua, el agua que otros derrochaban, hacían los trabajos más duros y que nadie de la aldea quería realizar. Además, los vecinos se burlaban de ellos por no haber aceptado el trato con el diablo. El marido de Amira se enojó aún más con su mujer...



*****


Trancurrido un año exacto, el diablo acudió de nuevo a la aldea. Venía a cobrar su parte del trato. Los vecinos, que habían vivido hasta entonces despreocupadamente, cayeron en la cuenta de que a partir de ahora, toda su cosecha sería para pagar al diablo. Y así durante un año.

Los vecinos se reunieron en el centro de la aldea, y consultaron al jefe del poblado. Deliberaron que estaba claro que todos habían sido engañados, y por ello tomaron la decisión de no pagar al diablo.

El diablo esperaba la respuesta de la aldea, pero ninguno de los vecinos se atrevía a comunicarle la decisión que tomaron en asamblea. Así que a cambio de un poco de agua, encomendaron a Amira esta incómoda misión.

Amira aceptó de buen grado su nuevo trabajo. Pero no se resignó a decirle a sus vecinos la opinión que tenía en todo este asunto:

- Podréis decir que el diablo os engañó. Pero sed sinceros: en realidad os engañásteis vosotros mismos. Yo gustosa le diré que se vaya, que no queréis cumplir vuestra parte del trato. Pero el diablo es poderoso, así que no esperéis que se vaya a quedar con los brazos cruzados sin hacer nada.

El diablo se sorprendió al ver que Amira, que no había aceptado el trato, venía como portavoz de la aldea. Sin más dilación, Amira le comunicó que el pueblo no podía pagar, así que le pedían que abandonase la aldea. El diablo respondió que un trato era un trato y que debía cumplirse, y enojado se fue por donde había venido, no sin antes gritar a los cuatro vientos que esto no iba a quedar así.

La aldea pareció respirar aliviada, y todos esa noche se fueron pronto a dormir. Pero a la mañana siguiente, descubrieron con horror que sus pozos se habían secado, y que ni una gota de agua brotaba ahora de los caños.

En casa de Amira, su marido le pidió disculpas. Entonces comprendió la sabiduría de su mujer. Su mujer, desperanzada, entonó un suspiró y se lamentó: "lástima que en ocasiones la sabiduría no sirva para nada..."

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