Cada vez más pequeños

Caja metálica con helados de leche de madera
Foto por Limon & me

Anochece en este día de caluroso julio. Ando solo en casa, me aburro. Decido ir a darme una vuelta por el barrio, nada más que por curiosear. Usera es un barrio multicolor, multiétnico. Me entretiene algo tan simple como ver a la gente paseando por la calle.
Un niño chino, muy pequeño, va acompañado de la que debe ser su hermana. Aporrea el portón de un taller en que sus compatriotas mayores trabajan sin pausa, y enseguida travieso, escapa corriendo. Su hermana ni se inmuta ni le regaña, mientra él, ya a lo lejos, se asoma pícaro por ver si sale alguien a abrir.

Continúo paseando... Me atrapan las sugerentes caderas de las latinas, sus faldas cortas, sus muslos prietos y piernas largas. Un niño chiquito, de aquí, camina tambaleándose junto a sus papás, todo rapadito y, tan cabezón, que parece un extraterrestre. Sentado en un banco, un yonqui pensionista resuelve en voz alta un crucigrama sobre un papel de periódico arrugado. Me cruzo, según avanzo por Marcelo Usera, con otro enganchado a las drogas y reconozco en su rostro a Javi, un viejo conocido. ¡Dios mío, qué demacrado parece, con su bolsa de deporte a cuestas y tan solo y tan vagabundo como siempre!...

Un sudamericano ebrio gime en voz alta ante nadie. A un chico de color negro casi le atropella una moto, qué susto...

Giro 180 grados por donde he venido, en esta vuelta corta pero tranquila. Aun a mi paso lento, adelanto a las familias que despaciosas pasean. Más chinos grandes y chiquitos, y chinas de piernas flacas que siempre le ignoran a uno...

El McDonald's está abarrotado de inmigrantes de todos los colores; en el asador de pollos que regentan los chinos no hay nadie. El Patatas (uno de los lugares más socorridos para tomar algo) también parece medio vacío. El paseo es agradable y despreocupado, hasta que llego a la altura de un coche patrulla junto al que unos policías andan pidiendo los papeles a los inmigrantes, y, en cierto modo, soliviantando la quietud de esta hermosa noche. No me resigno a que estas cosas ocurran...

Delante de mí, un compatriota camina tan a mi paso, que parece que le persigo. Le adelanto cuando se detiene a mirar algo en un escaparate. Adelanto también a una pareja de sudamericanos muy jóvenes. Me enternece verlos tan jóvenes y ya con su niño, disfrutando de un sencillo paseo en su día libre.

Se me antoja un helado, pero, de momento, no encuentro ningún lugar en donde comprarlo. Me cruzo con unos sordos que callada y animosamente van hablando entre ellos. Fijo ahora mi atención en el rostro bello de una joven árabe, con disimulo, no vaya a ser que el marido se dé cuenta de que la estoy mirando. Por cierto, el hombre parece mayor que la joven. El vestido de ella es de un verde vivo y, tan cerrado, que no sé cómo podrá ir a gusto con tanto calor.

Pareciera que de todas las partes del mundo hubieran venido a buscar el fresco que proporcionan las fuentes de la pequeña plaza: payos y gitanos, negros, mulatos, chinos y sudamericanos...

Sigo avanzando por Marcelo Usera, pensando aún en ese helado, y me cruzo con mi amigo Miguel y su pareja. Me entretengo con él apenas un minuto, en una conversación breve: qué tal tu trabajo, bien, qué tal el tuyo, también bien... Nos despedimos y prosigo con mi paseo...

Unos metros más adelante, me encuentro con otro coche patrulla que también anda de cacería. Los agentes han dado el alto a la joven pareja de sudamericanos que iban con su niño. En la calurosa noche, parece que el corazón de los agentes fuera de hielo, sin que la ternura de una madre con su niño pequeño lograra sustraerlos, ni por un momento, de su obligación. «¿Dónde viven ustedes?», oigo que les preguntan, «En san Fermín», responden ellos. Me entristezco... A mí, como soy blanco blanquísimo, nunca me piden los papeles.

Paso a la altura de la tienda de alimentación de los chinos, parece que no cerraran nunca, y veo un cartel que anuncia helados. Entro y pido un polo de leche. Sólo vale 50 céntimos, pero cada vez los hacen más pequeños.

Saboreo el dulce helado de leche mientras prosigo con mi paseo. En mi cabeza escucho el eco insistente de mi propio pensamiento: «cada vez más pequeños, cada vez más pequeños». Igual de pequeños que este país, o que la opulenta Europa o de quienes preferimos bailar a reflexionar: cada vez somos más pequeños en derechos...

Desengañado de todo, llego a casa. Siento la necesidad vital de suscribirme a favor del caos, y de la entropía natural de las cosas: si es que pierden unos pocos, tal vez sea de justicia que acabemos perdiendo todos...

Comentarios

  1. holaaaaaaaaaaa!!!
    Me encanto esta entrada, es un grito susurrado y me gusta.
    Como va todo?
    Yo ando esperando cogewr vacaciones a ver cd llega el dia.
    A ver si un dia nos vemos.
    Besos
    Nayr

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  2. Hace tiempo que te envié un email, no sé si te llegaría, pero por si acaso, desde aquí te envío un saludo Nayr. Vete por la sombra...

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  3. Anónimo11:40 p. m.

    Tal cual. Pero hay tanta inseguridad actualmente que casi da miedo salir. Que te conste que todos.lod días voy a dar un paseo,.pero ya no.mr siento tan segura. Me ha gustado muchísimo, pero por hoy no leo más. Hasta mañana, que descanses y todote vaya muy bien. Un abrazo muy fuerte.

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    1. Usera nunca ha escapado a los conflictos, pero a pesar de todo no lo veo yo tan inseguro como, por ejemplo, en los años 80. Supongo que aquella época tan movida me hace relativizar un poco la inseguridad de hoy.

      Un abrazo, y gracias por leer y comentar.

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