Decrépito fin de agosto


Leía hace ya tiempo un artículo de Isabel Coixet en el que reflexionaba sobre la decrepitud de los domingos por la tarde: son tan tristes... La alegría del fin de semana termina y uno sabe lo que le espera con la venida de otro lunes más y sus obligaciones. Es terrible...

Algo similar, o aún peor, porque dura más días, ocurre con los últimos días de agosto. Por estos lares, hasta el tiempo se torna frío y húmedo para recordarnos que el verano termina y que septiembre nos espera con su cruda realidad. Ya cuando era estudiante, no muy bueno por cierto, me esperaban a la vuelta del verano los exámenes de septiembre. No era fácil estudiar con esa pesada sensación de fin de agosto sobre mi cabeza. Si los exámenes eran a mediados de septiembre igual tenía alguna posibilidad de aprobarlos, pero si eran a primeros era imposible superarlos. Mi estado de ánimo nunca lograba vencer la melancolía que me provocaba el decrépito del fin de agosto...

Las fiestas del pueblo de mi madre siempre eran a fines de agosto. Empezaban con sol, y terminaban con un cielo ennubarrado y con la rebeca puesta. Apenas el chocolate con churros conseguía consolarle a uno. De vuelta, camino de regreso, la autopista atestada de coches llegando a nuestra ciudad nos volvía a recordar el lado más triste de nuestra existencia.

Con agosto finaliza un ciclo y comienza otro. Los ciclos no empiezan con el Año Nuevo, sino en este punto. Llegar a fin de agosto es como llegar a un cruce: a partir de ahí tendremos que coger uno u otro camino. Y del camino que elijamos dependerá en gran parte nuestra felicidad futura. En ese cruce realmente nos la jugamos. Probablemente llegamos al cruce con el camino elegido. Pero es a partir de entonces cuando empezamos a caminar con rumbo nuevo...

A partir de ese cruce empezarás unos nuevos estudios, la profesión de la que vivirás el resto de tu vida. Los departamentos de personal de las empresas bullen en plena actividad, y de ahí surgirá tu nuevo trabajo. Si conociste un nuevo amor en el verano puede que empieces a caminar con él o ella a partir de entonces. Puede que muchos aspectos de tu vida cambien entonces. Y si nada cambia serás consciente de que has pasado por el cruce sin abandonar el camino que traías. Quizá por eso el fin de agosto se nos antoja tan terrible...

Qué absoluto desconsuelo el fin de agosto, que hasta los pies descalzos se te vuelven a quedar fríos. Creo que la única estrategia para vencer la sensación de desamparo es no dejar a la mente tiempo para pensar. Vivir esos últimos días de agosto como lo que son, días aún de fiesta y libertad. Si se te ocurre estar ya de regreso en tu ciudad puede ser terrible, porque entonces tendrás demasiado tiempo para pensar. Este verano no he salido de Madrid más que los fines de semana. Pero tengo claro que este fin de agosto aquí no me quedo. No; este año no me quedaré aquí la última semana de agosto. Me iré de viaje, no sé a dónde, quizá hacia el norte. No sé por qué, este año me apetece el norte, aunque esté gris, nublado y ventoso como el fin de agosto. Quizá yo sea algo masoca, no sé, pero peor es quedarse aquí. Caminaré por las ciudades del norte sin rumbo fijo, curioseando tras mi cámara de fotos paisajes urbanos y observando a ciudadanos cabizbajos que seguramente piensen ya en su vuelta al trabajo. Viajando nunca pierdo la esperanza de toparme con unos cuantos cruces de camino; quizá mi último tren está por pasar en estos días. No... este año no me quedaré aquí; no me voy a dar tiempo para pensar en la decrepitud de los últimos días de agosto...

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