Los machos alfa nunca beben Bitter Kas

Foto por Lisa Risager

Si me tuviese que comparar con un chimpancé, diría que, en el pasado, mi actitud ante las hembras era la de un mono atento y servicial, y puede que algo sumiso. Inconscientemente, debía pensar que aquella manera dócil de proceder era la única posibilidad que tenía de aparearme. Porque mis modales delicados poco tienen que ver con la actitud agresiva y exhibicionista de los machos alfa. Cuando se es demasiado enclenque, y poco agraciado como yo, es tontería perder el tiempo frente al espejo, acicalándose en vano o criando músculo en un gimnasio...

Mi naturaleza siempre me jugó una mala pasada... Tuve la desgracia de pretender mejorar mi estirpe cruzándome con las hembras más exuberantes de la manada, aquéllas que prometían fertilidad por cada revuelta de sus cuerpos rotundos. Pero ellas sólo tenían ojitos para los tipos más atrevidos, altos y fuertes, y, sobre todo, algo canallas. Necesitaban, digo yo, un macho alfa que les proporcionara algo de vida y emoción. Un aventurero, vamos, de manos fornidas y látigo en mano... Las únicas aventuras en las que me adentro yo, y sólo de vez en cuando, son las que leo en los libros o veo en los telediarios...

No tengo yo tan claro si las reproductoras que rondaba antaño adivinaban las verdaderas intenciones de mi naturaleza. Por lo que me daban a entender, les parecía del todo confiable. Aunque no tanto como para convidarme a la intimidad de sus alcobas. Veía así que mi única oportunidad para perpetuarme era la de someterme al albedrío de sus vaivenes emocionales; si accedía a sus antojos era, más que nada, por acecharlas de cerca y aprovechar cualquier momento de descuido o debilidad. No resultó difícil que me concedieran su amistad. Según me confesaban, hasta cierto punto les parecía divertido. Les encantaba que les hiciera reír. Y que las acompañase a las rebajas, o a los conciertos de sus ídolos pop, o, sobre todo, de fiesta en fiesta. Pero no tardaban en aburrirse de mis bromas y ocurrencias, echándome en cara que era demasiado soso, y de ideas retorcidas. "Piensas demasiado, Braulito, deberías dejarte llevar; emborráchate y disfruta de la noche", me decían. Luego añadían que mis reflexiones eran tan amargas como el Bitter Kas que, por entonces, acostumbraba a beber.

Sopesé si mis amigas tendrían razón. Recapacité y me lancé sin reparo a los brazos del alcohol y las drogas blandas. Dejé que mi naturaleza persiguiera, libre, el rastro de su deseo. No tardaron mis amigas en deplorar el comportamiento de mi nuevo yo, al nuevo simio que las acosaba noche tras noche. Me conminaron a que depusiera, de ipso facto, mi actitud, y me comportara como el monito inofensivo que había venido siendo desde siempre. Así que retorné al Bitter Kas y a los pensamientos melancólicos.

Ellas, como de costumbre, se dedicaban a bailar descocadamente, bebiendo como el camarada Tovarich en la toma de Berlín. Cuando estaban lo suficientemente achispadas, se desaparecían con el primer macho alfa que las cortejaba. Eso si tenían suerte, y allí me quedaba yo solo en medio de la fiesta, saboreando la amargura de mi poco éxito y de mi Bitter Kas. Si por contra el macho dominante las ignoraba o elegía a otra hembra más rumbera, se ponían tan borrachas que luego me tocaba acompañarlas a casa. Más de una malogró mi ropa vomitándome encima, durante el viaje en taxi que, casi siempre, me tocaba pagar a mí. Les abría la puerta de su casa, las medio desvestía y las metía en su camita. Alguna vez me rondó por la cabeza aprovechar la circunstancia. Pero ellas ya me tenían más que advertido que, en cualquier tesitura, no dejase de comportarme como el chimpancé inocente de todos los días...

Mis genes, poco a poco, comenzaron a sentirse como desheredaros, según fueron desapareciendo de mi vida, una tras otra, cada una de aquellas hembras fecundas con las que tanto había deseado entroncar. Antes de despedirse, alguna amiga tuvo aún la descortesía de invitarme a su boda, que celebró, como era previsible, con alguno de los machos alfa que peor me caían de la manada. Recuerdo especialmente la frase que me dedicó aquel gorila vestido de nuevo, cuando me vio aparecer acarreando las bolsas con los regalos que se iban a repartir entre los invitados de su bodorrio: "Si algo detesto yo, es al hombre blandengue que va con la bolsa de la compra", me dijo el muy cretino...

Y así fue cómo boda tras boda, amancebamiento tras amancebamiento, me quedé solo en esta vida... Aferrado por años a mi Bitter Kas, y a mi amarga manera de ser. Al principio me vi condenado a tirar de tarjeta de débito, para procurarme sucedáneos del amor con señoritas de vida atribulada. Más, por pura insatisfacción, no tardé en abandonar aquella actitud tan disoluta, y me reivindiqué a mí mismo como chimpancé solitario, radical y militante.

Los chimpancés solitarios adoramos, ante todo, la tranquilidad. Pero la vida es una selva repleta de imprevistos inoportunos... Tarde o temprano, llega esa mañana traicionera en que uno se cruza, casualmente por la calle, con alguna de aquellas hembras de la manada que tanto deseó en sus años de mocedad...

Cuando la vi venir cabizbaja, ojeriza y con ojeras, empujando su carrito de bebé y con otro niño de la mano, decidí cruzarme de acera, más que nada por no contrariar los principios de mi militancia de solitario redomado. Pero ella interceptó mi retirada... Me propuso que nos convidáramos a un a un café con churros ahí mismo, en el bar de la esquina, pues, a pesar de todo el tiempo transcurrido, se acordaba, según dijo, mucho de mí:

-¿Y cómo te fue, Braulito?

-Pues ya me ves.

-Pues te veo mejor que antes.

-¡Mamá, quiero otro churro!

-¡He dicho que ya no hay más churros, Alvarito; déjame tranquila un momento, que estoy hablando con el señor! ¿Me decías, Braulio?

-Así que tienes dos niños...

-¡Mamá, me aburro!

-¡Alvarito, déjame, no seas pesado! ¡Anda, toma otro churro, y calla! Sí, Braulio, dos niños, que te los regalo ahora mismo...

-Bueno; algo me darán por ellos en la tienda de empeños...

-Ay, Braulito, tú siempre con ese sentido del humor, tan especial...

-¡Mamá, quiero otro churro!

-¡Ay, calla, Alvarito, qué pesado eres! ¡Que no te doy más churros, que luego no te comes la comida!

-¿Y tú, no vas a probar los churros, Maruchi?

-Uy, ya quisiera yo; a base de pavo light estoy...

-¡Mamá, dame un churro!

-¡Que te he dicho que no, Alvarito! ¡Suelta el churro ahora mismo, que es del señor!

-No, si ya es igual... Que se lo coma Alvarito...

-Ay, perdona, Braulio, es que es muy cabezón el niño; es igualito que su padre, que hasta que no lo consigue...

-El próximo macho alfa de la manada...

-¿Qué?

-Nada, otra de mis tonterías...

-Sí, ya veo, sigues igual. ¿Y tú qué? ¿Te casaste, tuviste niños?

-Sólo un par de bonsáis.

-¡Dame un chuuuurro!

-¿Pero no ves que son del señor? ¡Anda, toma, que me tienes harta! ¡Y éste es el último, que ya nos vamos para casa!

-Uaaa, uaaa, uaaaaa...

-¡Y ahora el pequeño empieza a llorar...! Perdona, Braulio, pero nos marchamos ya...

-Te reclama la jungla...

-Sí, ya ves, es que con dos niños no se puede... Además, tengo miles de cosas que hacer... Y mientras, el huevón de mi marido andará, ya a estas horas, metido en el bar... ¡Todo el día anda en el bar, el desgraciado!... ¿Te puedes creer, que me tenga yo que encargar de todo?

-Si fuéramos bonobos, la nuestra sería una sociedad igualitaria. Pero desgraciadamente, somos chimpancés.

-¡Ay, Braulio, sigo sin entender tu sentido del humor!

-Ya.

-¿Esto?

-Tranquila, Maruchi, ya lo pago yo. Qué ricos que estaban los churros, ¿eh, Alvarito?

-Sí... Bueno, Braulio, me ha alegrado mucho verte. Vamos Alvarito, que nos vamos, dile adiós al señor.

-Adiós Alvarito.

A Dios gracias, Alvarito se marcha con su mamá. Y ya por fin, solo en la selva otra vez, saboreas el culín que te queda del café con leche. Está ya frío. Pides un vaso de agua al camarero. Ante su mirada atónita, brindas por la selección natural de las especies:

-¡Por aquellos machos alfa que nos birlaron la posibilidad de satisfacer a ciertas hembras insatisfechas!

El camarero se pregunta si realmente te sirvió agua...

-Jefe, una pregunta: ¿existe todavía el Bitter Kas? ¡Si eso, póngame uno, con mucho hielo...! Con su rodajita de limón, por supuesto...

Comentarios

  1. Me ha encantado el relatito. Simplemente genial.
    Un saludo,

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    1. Gracias Juan, aunque no sé yo: tal vez cargué demasiado las tintas contra las especies dominantes. Un saludo...

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    2. Con ser dominantes ya les llega. Un poco de venganza de vez en cuando sienta bien, je,je.

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