No consideraba si estaba harta

Turistas tirando foto a niña y llamas del Perú
Foto por Toni Fish
Medalid no consideraba si estaba harta de hacer el mismo trabajo a todas horas: simplemente lo hacía. En compañía de sus dos llamas, disfrazadas de feria, se pasaba el día plantada en la plaza de Armas, al acecho y caza de esos turistas que, a cambio de una fotografía junto a sus camélidos andinos, aflojaban un par de soles.

Parecía un monumento más de la plaza, a la vera de ese prócer de la patria de aspecto pachón, que había quedado postrado en su caballito de bronce para toda una eternidad. Sólo que Medalid no tenía otra movilidad más que sus piernas ligeras y un par de zapatillas de color rosa chillón, y que a ella las palomas le tenían algo más de respeto: casi daba pena verlo al general, de tan perdido de cagadas corrosivas como lo tenían puesto las palomas, con lo apuesto y seductor que fue en vida.

La estatua ecuestre había sido forjada con el bronce de unos cañones, botín de guerra de no sé cuál batalla en la que, según le explicaron a Medalid en la escuela, el liberador patrio salió victorioso, por la gloria de Dios Nuestro Señor, cuando ya todos lo daban por derrotado en su lucha contra los españoles. Al parecer, los ejércitos enemigos lo tenían bien rodeado, junto a catorce, o puede que algo más de mil quinientos de sus mejores hombres, todos maltrechos y mal pertrechados. Pero gracias a la incólume moral de la tropa, al voluntarioso y abnegado proceder, y a que en todo momento supieron mantener la frente alta, muy alta, consiguieron remontar y doblegar al enemigo, contra todo pronóstico, y alzarse con la victoria en una batalla que nadie, salvo ellos, confiaba en ganar...

Y qué se le daban a Medalid los pormenores de las gloriosas hazañas del general, o que si su propio tatarabuelo quedó manco, cojo o tuerto en aquellas escaramuzas remotas en el tiempo. El caso es que el almirante y su cabalgadura ocupaban el mejor sitio de la plaza, el que hubiera deseado para ella y sus dos llamas engalanadas Medalid: la estatua ecuestre estaba enclavada en todo el centro de la plaza de Armas. Eso era lo de menos; lo de más era que el general le disputaba las fotografías de los turistas, que parecían encantados porque el otro no les reclamaba las monedas que ella sí necesitaba, pues obligaban familia, casa, las dos llamas, un perro y gastos varios. Debía ser que el prócer se conformaba, post mortem, con que lo sacaran a pasear en fotografía por medio mundo, pues así su imagen y su memoria quedaban inmortalizadas en los álbumes recordatorios de los turistas. A Medalid, más que la recordaran por siempre y por allá, le preocupaban más el ahora y el acá.

La depreciación del euro y la crisis económica mundial no le habían caído simpáticas al negocio de Medalid. Tampoco es que ella estuviera demasiada atenta a si le salían las cuentas a la bolsa de Nueva York, Frankfurt o Tokio, pero eso le chismorreaba una vecina ociosa que tenía contratado Telecable. La doña pasaba las horas muertas embobada con el espejismo del televisor, y le había dicho literalmente: "Desde que llegó la crisis mundial, los turistas no aflojan la plata". Además, la vecina corroboraba su opinión con el testimonio de un pariente suyo que, tras plegar velas y malvender sus cuatro bártulos de emigrante, acababa de regresar de Italia. Fuera por lo que fuera, bien era cierto que a la que no le salían las cuentas últimamente era a Medalid. Y menos en los estos últimos meses, que coincidían con la temporada baja de turismo en Perú. Los pocos turistas que rondaban la plaza de Armas escatimaban hasta en sonreír.

Incluso el almirante y las palomas que lo tenían cagado parecían más melancólicos que de costumbre, la mañana en que vinieron a proponerle a Medalid un asunto prometedor. El político de tal o cual partido emergente andaba haciendo campaña en la población vecina. Los que le venían organizando el evento trataban de componer, como telón de fondo al atril de los discursos, un paisaje humano y animal con sabor andino, un escenario que exhalara los mismos aromas que el eslogan del candidato presidencialista: "Un auténtico peruano para los peruanos auténticos ". Y para ese menester, qué mejor que un par de llamitas vivas, blandas y lanudas.

-¿No tendrá también usted un vestido de cholita?

Sólo le faltaba eso a Medalid: que la tomasen por modelo y la quisieran disfrazar como su abuela. Pues aunque bien multicolor era su ropa de a diario, ella se consideraba una chica moderna.

Para empezar, le dijeron que le pagarían a la conclusión del evento. Pero Medalid no había nacido anteayer, y, aunque le tenía cierta simpatía al postulante a presidente, su ideario utópico no era tan laxo como para que se conformara con los amplios horizontes que el candidato pintaba en sus discursos. Accedieron a pagarle por adelantado la mitad, pero el transporte de los animales rumbo a la localidad vecina correría de su cuenta. Y aunque era consciente de que el traslado de las llamas iba a suponer un gran inconveniente para su economía, no puso peros ni se amedrentó, y aceptó el trato. Luego, se despidió del general hasta el día siguiente: "Por más que haya corrido a patadas de este país a sus antepasados, es usted, almirante, tan poco andino, que nadie le ha invitado a este festejo".

Medalid calculó que, si alquilaba un vehículo para transportar a las llamas, el negocio no le iba a ser rentable. Ni corta ni perezosa hizo parar al primer taxi en que estimó que los animales cabrían.

-Perdone, ¿podría llevarme a mí y a mis dos llamitas?

"¡Pero qué llamitas, si son llamazas!", pensó el chófer del taxi colectivo. Así, a las primeras de cambio, el hombre creyó que se trataba de una broma. Pero no tardó en recapacitar ni dos segundos, y calculó que el transporte de ganado le iba a resultar del todo ventajoso. Total: lo mismo da, animales que personas. Mientras quepan, cuanto más pasaje mejor para el negocio.

El chófer abrió el portón trasero del taxi. Medalid acomodó enseguida a las dóciles llamazas, que se plegaron con una flexibilidad tal que provocaría la envidia de un santón yogui. Hasta un perro que pasaba por allí quedó admirado con lo bien asentado que iba el pasaje, y de haber sido un viringo también le hubiera buscado Medalid un lugar dentro del vehículo.

El candidato presidencial habló lindas palabras, que lucieron no menos hermosas que las dos llamitas sobre el telón de fondo. Aún tuvo que porfiar Medalid después de que el evento hubo finalizado, pues allí nadie se retrataba para liquidarle la otra mitad que se le debía. Cuando por fin cobró la plata estipulada se sintió satisfecha, e imaginó las caras de alegría que pondrían en su casa. Luego tomó otro taxi de vuelta a su localidad de residencia.

A la mañana siguiente, Medalid ya estaba plantada de nuevo con las dos llamas en su sitio habitual de la plaza de Armas. Percibió en los ojos del general cierta envidia, y que le picaba la curiosidad por saber dónde habrían andado, ella y las llamas, el día anterior. "Siento no haberle llevado, almirante, pero su caballito no habría cabido en el colectivo; la plata no alcanza, ni para comprar un carro, ni para alquilar un camión". Luego, Medalid no consideró si estaba harta de hacer el mismo trabajo a todas horas: simplemente lo hizo. Aunque envidió, tan solo un poco, a las señoras ociosas que paseaban por la plaza con sus perritos, y a esos turistas que, despreocupados, se tomaban cientos de fotos junto al general...

Comentarios

  1. ¡Otia! Basado en hechos reales.
    Simpático el relato con una sutil (encuentro yo) doble lectura.
    Un saludo,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Juan! Bueno, es ficción por completo, aunque me empujó a escribir la historia este vídeo. Me dio ternura ver cómo se tiene que ganar mucha gente la vida. Luego, incluso me topé con incomprensiones a mi lectura acerca de los avatares de los demás, porque por lo visto en Perú el vídeo causó indignación en sectores animalistas. Para un mismo acontecimiento, cada cual pone el punto de vista en distinto lugar. Un saludo y gracias por pasarte por aquí...

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares