Palabras vanas y olvido

Amapola perdida entre el trigal
Fotografía por Micheo

Palabras vanas

Estoy retocando el color de un vídeo. Me entran unas buenas ganas de hablar —iba a decir brutales, pero me cae mal esa palabra y escojo buenas—. Lo que en la vida va de brutal me produce zozobra intelectual. Esto no es escritura automática. O sí. No. O tal vez. Tengo ganas de hablar, en definitiva. Los propensos al alcoholismo buscan tugurios que les asilan en sus noches de melancolía. Pero como yo soy abstemio —a los que abusan de la palabra brutal y del alcohol, esta religión mía de los abstemios les parece un indicio más de desconfianza—, merodeo por páginas virtuales de blanco brillante, cobijo habitual de desamparados con ganas de charlar con nadie.

Se me pasa por la cabeza escribir sin cortapisas ni miramientos para con los sentimientos de nadie ni de mí mismo. A los que buscan comas a cada rato les habrá jodido la frase anterior: que se lo hagan mirar. Aunque les va a dar igual, porque, a mí me lo van a decir, esa manía no tiene fácil cura. Podría meterme ahora con los curas, pero es que yo soy un poco mojigato y nada moderno. Se me pasa por la mollera entrometerme con los sentimientos de algunos que yo me sé, no sé si por aversión o por pura necesidad o ganas de joder. No sé, no sé... Que es como decir que ni puta idea, pero más largo, insistente y repleto de dudas. Un mar de dudas...

Alguno que haya llegado hasta este tercer párrafo se estará preguntando si debería seguir leyendo o dedicarse a otra cosa con la que dilapidar los múltiples minutos de una existencia tan única como común, estúpida o interesante, eso da igual. Espera, que a lo mejor lo mejor viene al final. O mejor aún, da un brinco al último párrafo. O aún mejor, márchate al carajo, o al Facebook o a wasapear, que son cosas de provecho que no hacen mal a nadie. Eso si no consideramos el daño que le infringen a uno mismo las redes sociales. Las redes sociales... ¿lo pillas? ¡Lo de red, cojones, que todo hay que explicarlo! ¡Así cómo va a esperar uno que lo lean entre líneas, o que pillen el sentido general de lo que quiso decir!... ¡Habrá quien buscará sentido en lo que no lo tiene, e incluso algunos aventurarán un atajo de explicaciones sin fin, mientras esgrimen poses de sabihondos profesores de literatura de universidades del tres al cuarto! En fin... resignación. De seres resignados están repletos los cementerios tristes. Los cementerios alegres no existen. Lo muertos alegres perecen de cualquier vaina. De cualquier modo o cosa o manera o accidente, pero jamás de aburrimiento.

Olvido

Es otro día. Otro ánimo, un desánimo distinto. Un desinterés por lo interesante, pasión por lo nimio. Avanzar reptando, navegar a pique, volar en picado. Emborracharme de nubes querría, antes de empotrarme sin remedio contra el suelo. Reptar como un gusano por los intersticios de mis cavidades. Soñar o perecer. Nada es lo mismo, pero todo es igual. Pasión, danza, contracultura, o la yesca prendiendo una idea que conduce a ninguna parte. Suena bien lo que mal acaba; mal empieza lo que se termina por terminar. Razón de ser, ser sin razón. Darle vueltas a la peonza en la que te acabas de subir. Bajarte antes de que se detenga, apearte de un tren en marcha, subir a lomos de tu madre... La vieja siempre llevándote a cuestas, fregando el suelo que ensuciaste con tus pisadas, la pobre no hace más que limpiar los polvos de aquellos lodos. Tu padre te observa con resignación, con la certeza de que no llegarás a ninguna parte. A parte ninguna pretendes llegar...

Párrafos yuxtapuestos repletos de ideas inconexas con cierto hilo musical. Música para los sordos, sordos para el silencio en el que se entretejen tus pensamientos. En el vacío no se propaga el sonido. En el vacío de tu soledad, de tu hastío, de tu ser obstinado y contrario a todo por mero vicio de no opinar lo mismo. Lo mismo es que eres la única amapola roja del trigal. Cuando proliferes como la peste, el trigo se habrá malogrado y todos los que estáis por llegar os moriréis de hambre. Para entonces tus pétalos hará un siglo que quedaron mustios, yacerán ya mezclados con la tierra baldía del trigal moribundo... Sed de paz o de Coca Cola, todo es igual, nada es lo mismo. Silencio del alma, de los campos de Castilla, del altiplano boliviano, de la Cochabamba donde reside tu vieja, conchatumadre.

Si me dijeras ven lo dejaría todo, pero jamás mis pensamientos retorcidos. Te jodes. Cuando te empieces a dar cuenta me dejarás por otro, y yo no lo soportaré. Las flores pronto olvidan los días en que el sol les regaló la tibieza de sus rayos, y es por eso por lo que se marchitan al poco de nacer. De flor en flor iré, recién brotadas al amanecer, y succionaré su néctar dulzón. Al anochecer me marcharé para que las fecunden otros zánganos, poco antes de que mueran de placer. Mi estirpe perecerá —fin de raza—, y el aire se llevará mi recuerdo breve a otra parte, allá donde el lodazal en que se extinguió el trigo, o donde retozan los elfos con enamoradas siniestras sin pelos en la lengua. Tampoco me recordarán las mariposas de lengua retorcida, ni las simpáticas mariquitas, ni los adolescentes empalmados. Quizá un día un arqueólogo de una época futura venga a rescatar mis huesos, a perturbar mi descanso eterno, a estimar la antigüedad de mi cráneo... O a inventar la vida que no viví. Para eso, mucho mejor la condena del olvido...

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