Ir por lana

Aquellas borreguitas eran de veras presumidas. Emperifolladas en sus atuendos blancos, parecían flotar por la pradera henchidas de felicidad, como nubes blanditas de pura lana virgen. Pero cuando llegó el verano terminó su dicha, pues el pastor les pasó la tijera a ras de piel, dejándolas tan pelonas como perros chihuahuas. Nunca se habían sentido tan ridículas como aquella vez.

El lobo, que acostumbraba a rondar por aquellos parajes, observó desde lejos la desazón en los ojos caídos de las desdichadas ovejas. Cuando llegó la noche aprovechó un descuido del pastor -que no lo podía ver ni en pintura-, para acercarse con sigilo al redil en el que éstas sollozaban. Bien clarito, y en su propio idioma, les arengó lo que ellas mismas no se atrevían a decir: "Be, be, beeeeee".

El lobo tenía razón, decía la pura verdad, y lo que más indignaba a las ovejas era que el pastor las sobase a diario para robarles la leche, con la excusa de hacer unos quesos deliciosos que, desde luego, ellas nunca cataban.

A la mañana siguiente, la pradera apareció totalmente verde y despejada: las borreguitas se habían marchado en pos del lobo, que les prometió lana de todos los colores con la que podrían confeccionarse unos nuevos atavíos. Y seguramente, dando por hecho que sabían tejer, les debieron quedar unos vestidos muy bonitos...

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