En un barquito

Cada vez más a menudo me siento como en un barquito en medio de la mar. Navego solo y sin rumbo fijo, y no me identifico con nadie.

El mundo que me rodea es como una mar brava. Los vientos enfurecidos soplan de aquí y allá, pero más que llevarme a ningún lado me alborotan y cansan. Me siento desorientado pero no tengo ganas de llegar a ninguna de las islas que me rodean. Mi barquito zarandeado es mi propia isla.

En estos tiempos de crisis soplan vientos huracanados. Unos vienen a salvarnos con milagros y dioses. Otros vienen en un barco prometedor pero cargados de ira y no paran de gritar "¡a por ellos, subid al barco, no dejemos que nos hundan, vamos a por ellos!". Presiento que su encarnizada lucha nos hundirá más. Y otros, los principales culpables, simplemente nos lastran con sus artimañas hasta el fondo mientras ellos intentan salvarse. No parecen darse cuenta de que irremediablemente se hundirán con nosotros...

De golpe y porrazo, mi barquito se voltea. Boca abajo, bajo el agua, no siento el fuerte viento ni los gritos de nadie. Ya no oigo voces que prometen salvación. El silencio podría ser un anhelado consuelo, pero no puedo respirar. Siento la asfixia y me aferro a la vida con todas las fuerzas que me quedan. Consigo dar la vuelta al barco. Podéis gritar todos a mi alrededor, pero a ninguno os presto atención ya. Ahora mis cinco sentidos están concentrados en achicar agua y en no parar de remar. En estas aguas tan turbulentas, mi breve barquito es el único refugio del que me puedo aún fiar...

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